domingo, 24 de mayo de 2009

¿Qué Hacer?

Muchas veces nos preguntamos esa pregunta cuando nos damos cuenta de que, luego de haber marchado tanto, de haber acudido con tanta insistencia a los órganos del Estado, no logramos evitar el avance de la tiranía. Nuestros espacios institucionales se agotan, y cada día las manifestaciones de calle logran menos. Si bien es cierto que en un tiempo nuestras marchas y demostraciones obstaculizaron el avance del régimen en su campaña para destruir la libertad de los venezolanos, ahora resulta, más que antes, que las manifestaciones de calle y los documentos oficiales son insuficientes frente aun tirano obsesionado con el poder. Para que su ego alcance este objetivo él tiene que reducir la libertad y la dignidad de los venezolanos al mínimo. Luego de aplastarnos y someternos, el podrá disfrutar sin restricciones los bienes del Estado, para complacer sus placeres y ambiciones internacionales, su delirio de imitar las glorias de Fidel Castro. Nosotros los venezolanos que tenemos un mínimo de dignidad, que apreciamos la libertad y que admiramos las instituciones republicanas, debemos hacer todo lo que sea necesario para evitar el crecimiento de este tirano.

Si es que ya agotamos los medios institucionales, si es que ya las manifestaciones públicas no detienen la ferocidad del tirano y sus lacayos, la pregunta obvia que nos podemos hacer los venezolanos cívicos es ¿qué hacer? ¿Cómo detenemos el avance del régimen? ¿Qué hacemos para salvaguardar lo poco de libertad que todavía preservamos? Lo que los venezolanos debemos aceptar es que el momento para la lucha institucional, las demostraciones de calle y la oposición leal está llegando a su fin. Por más que Ledezma lo intente, por más que nuestros gobernadores y alcaldes defiendan nuestros espacios, el servilismo de las instituciones del Estado al Tirano es irreversible. ¿Qué hacer? Hay varias actitudes que podemos asumir, una de ellas es desertar el país. La otra es aceptar el problema, olvidarlo y luchar como podamos para sobrevivir bajo las nuevas condiciones. O podemos continuar la lucha política por otros medios. La primera es la acción más racional, y responde a los principios más fundamentales de la supervivencia añadida a un amor mínimo por la libertad. La segunda consiste sencillamente en arrodillarnos al régimen, aceptar su dominación y vivir como esclavos de la tiranía. Esta es la condición más servil y lamentable en la que un ciudadano puede vivir, aceptar su propio sometimiento. La tercera es donde se requiere de mucha virtud y valentía y es de donde nacen los héroes.

Para los intereses de este artículo sólo hablaré de la tercera opción. Para ello retomaré la argumentación de mi artículo anterior. El tiranicidio es un acto de heroísmo desde un punto de vista ético, porque decapita a un régimen viciado que oprime la libertad de ciudadanos en una república. El problema fundamental de este acto es que requiere de un héroe, un ciudadano con unas características físicas y morales muy específicas difícilmente de encontrar. Les hablo del tiranicidio porque en momentos en los cuales las condiciones objetivas de nuestra forma política están alcanzado un punto en el que ya no son totalmente inútiles para nuestro interés fundamental, que es la protección de la libertad. Luego de esto los ejemplos dramáticos son la única salida cuando el amor por la libertad es sencillamente insuperable.

La pregunta subsiguiente sería, ¿hay en este país alguien o algunos dispuestos a poner en riesgo y sacrificar lo poco de bienestar que la república les puede dar? Es cuando volvemos al problema del individualismo crónico, y a las condiciones morales de un pueblo formado por individuos que, totalmente obsesionado con los pequeños beneficios que pueden exprimir del sistema, mantienen la cabeza baja y prefieren una vida de servilismo a la gloria que consigo trae el servicio a la república y a la libertad. Yo establezco que está llegando el momento de que nuestro compromiso con la libertad no se limite a manifestaciones de calle y a entrega de documentos oficiales o a quejas dirigidas a órganos oficiales del Estado. El momento para esas movidas se acabó. En este momento esas instituciones ya han sido completamente sometidas por el régimen, y su accionar estará siempre dirigido a protegerlo de las amenazas internas. Hacer el papel de una oposición leal en un sistema político que fortalece al tirano es formar parte de la misma estructura que fortalece su dominio. Lo que antes era una oposición que frenaba sus ambiciones, hoy es un fundamento para legitimar su fachada democrática. Toda la fuerza de la institucionalidad está comenzando a apuntarse a reprimir y perseguir a los líderes de oposición. Cada día guardan menos las apariencias, porque cada día se les agota más el discurso legitimador, y para compensar acuden al uso arbitrario de la fuerza. Cuando ellos han quebrado la constitucionalidad de tal manera que ni nosotros podemos refugiarnos en ella sin fortalecer a nuestro enemigo, llega la hora de dar los ejemplos dramáticos y las acciones dirigidas a un verdadero derrocamiento del tirano. La primera opción es el tiranicidio. Me pregunto ahora ¿hay alguien que en este país esté dispuesto a correr ese riesgo?


Lysander