domingo, 31 de mayo de 2009

Sobre la Tiranía Demagógica en Venezuela

Afirmo que podemos dividir a la tiranía en dos formas principales. La que se ejerce a través del uso crudo de la violencia para someter la libertad de los ciudadanos, que, si bien se puede procurar un discurso legitimador, no es a través de él que se mantiene en el poder, siendo la violencia el primer instrumento del régimen. Es lo que comúnmente llamamos dictadura. La segunda forma es la que haciendo un uso menos sistemático de la violencia, el poder del régimen se sostienen a partir de un discurso legitimador con carácter demagógico. En la primera forma hay sometimiento directo; en la segunda está disfrazado a través de la argumentación de los líderes. En la tiranía demagógica es fundamental el apoyo popular de una buena parte de la población, lo que se logra a través del discurso carismático, y un uso moderado de la violencia para reprimir paulatinamente a los disidentes del régimen.

En Venezuela vivimos en el segundo tipo de tiranía, encabezada por un líder apoyado en un discurso incendiario, asegurando la defensa de los sectores más excluidos de la población en contra de los más pudientes. Esta forma de tiranía no es nueva en la historia, y desde la Antigüedad se ha repetido cuantiosas veces. Lo que hay que comprender es que el sostenimiento del régimen depende de su apoyo popular, la columna vertebral del poder del tirano. La usurpación se logra cuando el régimen desdobla la legalidad, la corrompe, la quebranta y la manipula en beneficio propio, sin posibilidad de ser detenido por las demás instituciones, al articular su apoyo popular para corromperlas una por una, como en efecto ha venido sucediendo en Venezuela.

El drama de la tiranía demagógica es que, entendiendo que el discurso legitimador tiende a ser ideológicamente débil y endeble, por más que racionalmente se pueda desmontar y desacreditar, el efecto que produce en el pueblo es totalmente emocional, y la conexión entre el tirano carismático y el pueblo empobrecido existe independientemente de la debilidad del discurso ideológico. Por supuesto, resulta más doloroso para aquellos que conocemos la inconsistencia absoluta del discurso del tirano, y no podemos articular una argumentación que libere al pueblo de su embelesamiento ideológico. Sin embargo, hay una cosa que no podemos poner en duda: no porque un régimen afirme gobernar a favor de los más excluidos, no por argumentar su acción en beneficio de los más pobres, no por ello debemos aceptar o justificar que deteriore o corrompa nuestra libertad.

Se nos hará la pregunta, ¿qué le puede importar la libertad a quien pasa hambre? Es común que se nos pregunte esto, y la respuesta debe ser muy sencilla. La libertad no está en una relación inversamente proporcional a la pobreza. Es más, no tienen nada que ver con ella. Combatir a la pobreza jamás está justificado por el medio de corroer la libertad, porque, además de no tener nada que ver la pobreza con la libertad, la tiranía no es nunca la forma de gobierno que realmente resuelve el problema de la pobreza estructural. El que ha leído la historia lo comprobará una y otra vez. Se puede combatir a la pobreza y vivir en libertad y la tiranía nunca demuestra lo contrario. Es por ello que jamás se debe permitir justificar un accionar político tiránico en nombre de la lucha contra la pobreza, primero por ser una afirmación falaz, ya que libertad y pobreza no son contradictorios nunca, y segundo porque la tiranía difícilmente resuelve el problema, como en efecto lo vivimos hoy en Venezuela. Hay un tercer argumento más potente todavía, y es que en el nombre de la lucha contra la pobreza, se ocultan las ambiciones tiránicas de un grupo y su líder. El discurso no es un fin en ningún momento, tan sólo un medio para enmascarar y justificar la tiranía. En tal caso la sensibilidad social demostrada por los adeptos al régimen no es sincera y si lo es estrictamente instrumental. Caer en el error de confundir estos conceptos es lo que permite la legitimación carismática de los regímenes tiránicos.

Podemos confirmar casi a diario el uso irrestricto de un discurso demagógico por parte del Presidente Chávez y sus seguidores. No es necesario profundizar mucho, y es cuestión más de sentido común que de una sabiduría avanzada, el dilucidar la naturaleza del discurso. Si comparamos la retórica del oficialismo y su accionar político, queda en clara evidencia de que Venezuela está bajo una forma de gobierno tiránica demagógica. No queda espacio a dudas de que el discurso legitimador apunta a preservar el apoyo popular de las masas pobres del país para justificar un accionar que deteriora, corrompe y en definitiva destruye todas las instituciones de libertad republicanas. El drama consiste en que éste accionar esté legitimado por el apoyo de un sector más o menos numeroso de la población, y de la dificultad de desenmascarar la falacia del discurso frente a estas personas. Hasta ahora podemos confirmar que la demagogia de Chávez ha sido exitosa, y lo continúa siendo. No por ello deja de ser tiránica.


Lysander.